En un giro inesperado de los acontecimientos, un tribunal de Moscú ha decidido emitir una orden de detención contra Garri Kasparov, el legendario decimotercer campeón mundial de ajedrez. Sí, hablamos del mismo que dominó el tablero entre 1985 y 2000. La acusación es grave: apología e incitación al terrorismo a través de sus declaraciones en los medios. Y esto podría costarle entre cinco y siete años tras las rejas.
Según lo que han anunciado, si logra ser detenido o extraditado a Rusia, se le impondrá una prisión preventiva que podría durar al menos dos meses. Pero aquí está la clave: Garri vive actualmente en Nueva York, lejos del frío juicio ruso. Esta no es la primera vez que ve a su nombre vinculado con problemas legales; desde mayo de 2022 ya estaba en la lista negra como “agente extranjero” y poco después como “extremista”.
Un contexto inquietante
Las cosas se complican aún más porque, en octubre pasado, las autoridades rusas abrieron una causa contra él y otros personajes conocidos por delitos similares. Entre ellos se encuentran Mijail Jodorkovski, el exjefe de Yukos, y Mijail Kasiánov, ex primer ministro ruso. ¿El motivo? Se les acusa de formar parte del Comité Antibélico de Rusia, creado en febrero de 2022 para derrocar al gobierno actual utilizando métodos violentos y financiar fuerzas paramilitares ucranianas, tildadas como terroristas por Moscú.
En medio de toda esta controversia sobre el uso político del ajedrez y las palabras de Kasparov que resuenan más allá del tablero, muchos nos preguntamos: ¿hasta dónde llega la libertad de expresión? Su historia es un recordatorio escalofriante sobre cómo los juegos pueden convertirse en herramientas políticas y cómo una figura icónica puede verse atrapada en los engranajes del poder.

