Era una fría noche del 7 de diciembre de 1996, y mientras el pueblo se agolpaba frente al televisor para ver un apasionante Madrid-Barça, cinco obreros decidieron que era el momento perfecto para llevar a cabo lo que sería conocido como el robo del siglo. En la sede de Cotesa, en Cala Millor (Son Servera), la vigilancia brillaba por su ausencia. Y así, con astucia y planificación, estos hombres se lanzaron a un asalto que les reportaría al menos 173 millones de pesetas.
Un golpe bien planeado
Los ladrones no eran unos improvisados; habían estudiado cada rincón de esa empresa que normalmente rebosaba seguridad. Sabían que allí había cajas fuertes llenas de dinero, y tras semanas observando el lugar, encontraron su oportunidad en un día donde todos estaban más pendientes del fútbol que del deber. Se dice que “los billetes crecen en los árboles”, una frase que les costó caro.
Alvaro C. y Salvador C., los cabecillas del grupo, fueron condenados a cinco años cada uno, mientras que José Luis S., Antonio M. y Francisco C. también jugaron papeles cruciales en esta historia de avaricia. Esa noche, todo salió según lo planeado: cortaron las líneas telefónicas para dejar la zona incomunicada y entraron sin problemas en la oficina gracias a un sistema de alarma desconectado.
Aquellos hombres destrozaron nueve cajas fuertes repletas de billetes y desaparecieron antes de que alguien pudiera sospechar nada. Pero no todo fue suerte; fueron astutos al elegir ese sábado tan tranquilo.
Poco después, cuando los dueños descubrieron el robo al hacer un arqueo de cuentas, comenzó una investigación liderada por la Guardia Civil. Los agentes pronto notaron algo curioso: los ladrones no sabían mantener el perfil bajo y empezaron a derrochar dinero en cosas extravagantes como deportivos y joyas lujosas.
Así fue como cayeron uno tras otro, con historias sobre cómo “en Mallorca se cultivaban billetes”. Un comentario imprudente llevó a su captura. Aunque fueron arrestados y confesaron sus crímenes, el botín nunca fue recuperado completamente.
A día de hoy se cree que algunos aún viven cómodamente gracias a aquel audaz atraco. La historia nos recuerda que no siempre la inteligencia gana; a veces es solo cuestión de suerte… o quizás falta de discreción.

