El adiós de Dani Rodríguez, un auténtico ícono del RCD Mallorca, ha sido como un puñal en el corazón. Ver a este jugador tan querido marcharse con unas declaraciones frías y ensayadas es, sin duda, un desenlace muy doloroso y profundamente injusto. Una figura que debería haber recibido una despedida digna en el césped, rodeado de su gente y no sentado frente a un micrófono en la ciudad deportiva, vistiendo una sudadera que nada tiene que ver con los colores que defendió.
Una despedida sin alma
No podemos evitar preguntarnos: ¿qué le ha pasado al Mallorca? En los últimos años hemos visto cómo la entidad se despoja poco a poco de su esencia, convirtiéndose en una máquina fría y calculadora. Desde la famosa frase «Business is business» de Maheta Molango hasta la actual dirección bajo Alfonso Díaz, parece que lo único que importa son los números y las estrategias empresariales. ¿Y las emociones? Esas han quedado tiradas a un lado.
Dani ha disputado 282 partidos con el club, y su salida debería haber sido celebrada como se merece: con calor humano. Pero aquí estamos, viendo cómo Jagoba Arrasate le deja fuera durante meses por sus críticas al entrenador. Una decisión dura e injusta para alguien que solo quería hacer valer su voz.
No hay palabras para describir lo extraño que resulta observar cómo nadie en la directiva ha hecho el esfuerzo por crear un ambiente propicio para una despedida memorable. No hace falta buscar reconciliaciones; simplemente se necesitaba algo más cálido que esta fría ceremonia low cost. La ausencia de apoyo habla mucho sobre las desconexiones internas entre el club y sus leyendas.
A Dani Rodríguez no le han dado lo que merece en su último acto con la camiseta bermellona; esto es algo triste pero también revelador sobre cómo está funcionando todo dentro del Mallorca. Junto a él, otros grandes como Salva Sevilla o Manolo Reina ya han tenido su despedida silenciosa. Y mientras tanto, nosotros nos quedamos recordando esos momentos imborrables: ascensos gloriosos, victorias memorables y ese gol inolvidable en la final de Copa contra el Athletic.
Las gestiones mediocres pueden enterrar nombres, pero nunca lograrán borrar las emociones ni los goles vividos en el campo. Al fin y al cabo, eso es lo que realmente cuenta: el fútbol es pasión.

