Las últimas elecciones legislativas en Hong Kong han dejado un regusto agridulce. Con una participación que ha sido la segunda más baja de la historia, muchos se preguntan qué camino tomará esta región que ha visto tiempos mejores. El DAB, esa Alianza Democrática para la Mejora y el Progreso, ha logrado aumentar su representación en la asamblea, sumando un escaño más y alcanzando los 20. Sin embargo, esto no es más que una victoria pírrica en un contexto donde el sistema electoral parece diseñado para favorecer a unos pocos.
Un panorama desolador
A pesar de los aplausos del gobierno, liderado por John Lee, hay que tener en cuenta que solo el 31,9% de los ciudadanos se dignó a ir a votar. Y eso tras un terrible incendio en Wang Fuk Court que dejó más de 150 muertos. ¿Cómo puede hablarse de éxito cuando las calles aún lloran a sus víctimas? Las palabras del jefe de Gobierno resultan huecas frente al lamento colectivo; él mismo señaló que los electores «han mostrado su apoyo» al plan de recuperación del Gobierno. Pero ¿es realmente ese el sentir general?
La realidad es cruda: menos de 340.000 votantes respecto a hace dos años han decidido dejar atrás este proceso electoral marcado por la sombra del régimen chino. En unas elecciones donde apenas el 30% fue capaz de acudir a las urnas en Tai Po, donde ocurrió la tragedia, queda claro que hay una desconexión enorme entre el gobierno y sus ciudadanos.
Pekín sigue tirando del hilo con firmeza mientras las voces críticas son silenciadas o han tenido que abandonar la ciudad; así lo aseguran activistas locales. La nostalgia por aquellos días en 2019, cuando la participación llegó al 71%, contrasta duramente con esta apatía actual. Es evidente que algo no marcha bien; el miedo y la represión son compañeros constantes de quienes solo buscan ser escuchados.

