El Departamento de Defensa de Estados Unidos ha dejado claro que las acciones del jefe del Pentágono, Pete Hegseth, podrían haber puesto en peligro a nuestros soldados. ¿Cómo es posible que alguien con tanta responsabilidad comparta información sensible sobre operaciones contra los hutíes en Yemen en un simple chat grupal de Signal? El informe revelado esta semana al Congreso no deja lugar a dudas: si un enemigo hubiera interceptado esos mensajes, podríamos estar hablando de una catástrofe.
La defensa inquebrantable
A pesar de las conclusiones del organismo de control interno, Hegseth se mantiene firme. Se negó a cooperar completamente con la investigación, limitándose a enviar algunos mensajes que había compartido. Aseguró tener la autoridad necesaria para desclasificar información y que sus actualizaciones por mensaje no ponían en riesgo a nadie. Sin embargo, el informe resalta claramente que el uso de su dispositivo personal fue una violación directa de las políticas gubernamentales.
El portavoz del Pentágono, Sean Parnell, defendió a Hegseth ante la prensa afirmando que la investigación lo exonera por completo y reafirmando que no hubo filtraciones de información clasificada. “Este asunto está resuelto y el caso está cerrado”, sentenció Parnell, como si eso pudiera borrar la inquietud generada.
No olvidemos que este episodio, apodado ‘Signalgate’, también tocó a otros nombres importantes como el vicepresidente JD Vance y el secretario de Estado Marco Rubio. Todo salió a la luz cuando ‘The Atlantic’ reveló cómo uno de sus directores fue añadido accidentalmente al chat donde se discutían detalles críticos sobre los ataques en Yemen.
Nuestra seguridad debería ser siempre lo primero, pero ¿realmente podemos confiar en quienes tienen acceso a esta información? Es hora de reflexionar sobre cómo manejamos nuestra comunicación estratégica.

