El pasado domingo, Joaquín Sabina se despidió de su público en Madrid, la ciudad que lo vio nacer como artista y donde su esencia está impregnada en cada rincón. Desde aquel tren que lo trajo a la capital para comenzar su carrera musical, hasta el Movistar Arena donde cerró un ciclo, todo parecía estar conectado por un hilo invisible. Esa misma ciudad abierta y golfa, que él ha cantado con tanto cariño, fue testigo del final de una era.
Un concierto lleno de recuerdos
Sabina comenzó el show con «Yo me bajo en Atocha», justo como hizo al llegar a esta ciudad casi tres décadas atrás. Pero no era solo una canción; era un grito de nostalgia que resonaba entre las 120.000 almas que llenaron sus conciertos en esta gira de despedida. Aquella voz rasposa recordaba a todos los presentes los momentos vividos juntos, las calles transitadas y los amores perdidos. El público estallaba al escuchar líneas sobre «su Torre Picasso» o «sus gordas de Botero», reflejando el cariño hacia un Madrid que es tan suyo como de cualquier madrileño.
El artista llegó a Madrid cerca de cumplir los 30 años y encontró refugio en La Mandrágora, aquel local emblemático que fue cuna para muchos cantautores. Venía con una historia difícil a cuestas, pero la capital le ofreció un nuevo hogar donde podía ser él mismo sin ataduras. En aquella época también forjó amistades entrañables y creció musicalmente junto a artistas como Javier Krahe.
Aunque hoy en día no es el mismo golfo de antaño —sustituyendo el whisky por agua—, sigue siendo ese cantautor apasionado que ha dejado huella en todos nosotros. Su vida ha tenido altibajos; desde infartos hasta caídas dramáticas sobre el escenario, pero siempre se ha levantado con esa garra característica.
Aún así, hay algo especial en este adiós: aunque se aleje del gran escenario, nos deja claro que no piensa desaparecer por completo. Quizás podremos encontrarlo algún día tomando café en Tirso o sorprendiéndonos con una aparición inesperada en pequeños locales. ¿Por qué no? Las leyendas nunca se apagan del todo.
Así se va Joaquín Sabina: dejando atrás un legado inmenso mientras seguimos cantando sus versos por las calles de Madrid.

