En un rincón de s’arenal, donde la brisa del mar acaricia las calles, Antònia ha decidido cerrar las puertas de su tienda después de más de medio siglo. 53 años no son solo un número; son recuerdos, risas y muchas historias contadas entre estanterías llenas de vida. Pero el tiempo no perdona y la realidad es que los cambios a su alrededor han sido brutales.
Una comunidad en transformación
A medida que el monocultivo turístico se ha instalado como norma, pequeños negocios como el suyo han ido desapareciendo uno tras otro. «No se puede competir con los grandes», confiesa con tristeza. La esencia del barrio se ha diluido entre cadenas comerciales que poco conocen del calor humano que ella ofrecía a sus clientes.
Antònia no solo vendía productos; era un lugar donde la gente venía a charlar, a compartir anécdotas y, sobre todo, a sentirse parte de algo especial. Su tienda era un refugio para muchos vecinos que ahora sienten cómo esa chispa se extingue poco a poco.
“Es una pena ver cómo lo auténtico se va tirando a la basura”, añade con una mezcla de rabia y nostalgia. Así es como nos sentimos muchos al ser testigos del cambio: impotentes ante una vorágine que parece arrasar con todo lo que amamos. Aun así, su legado permanecerá en cada recuerdo compartido y en las lecciones aprendidas durante todos estos años.

