La Soledad norte, ese rincón de Palma que alguna vez resonó con risas y vida, hoy se encuentra sumido en una realidad desoladora. La calle Reis Catòlics, por ejemplo, es testigo de plantas bajas tapiadas y puertas de seguridad que parecen más un símbolo de desesperanza que de protección. Este barrio está dividido en dos por la calle Manacor; al sur, donde se mezcla la leyenda negra con el pasado del Nou Llevant, y al norte, donde aún habita una esencia familiar que ahora se siente lejana.
Un paisaje transformado
Antes era común ver a los vecinos disfrutar de las cálidas noches de verano sentados en la acera, compartiendo historias y un sentido profundo de comunidad. Pero esas imágenes son ahora parte del pasado. Hoy encontramos edificios ocupados, puertas destrozadas y otros reforzados con ladrillos o tablones improvisados. Las calles como Manacor, Regal o Sureda muestran un panorama triste: antiguos comercios convertidos en viviendas precarias y un aire palpable de incertidumbre.
A pocos pasos nos topamos con el emblemático hostal Sorrento, donde un grupo de refugiados ucranianos ha hecho su hogar tras huir del horror bélico. Ellos son los últimos supervivientes de una situación caótica; mientras muchos abandonaron el lugar buscando mejor suerte, ellos permanecen atrincherados en lo que solía ser un sitio acogedor.
Y aunque la presencia policial parece constante—no precisamente por rutina sino por los incidentes diarios—la comunidad sigue sufriendo. Los bares han sido foco de problemas como ruidos molestos y consumo indiscriminado en la vía pública. Además, el tejido comercial ha quedado devastado: solo una farmacia y unos pocos negocios sobreviven donde antes había panaderías visitadas cada domingo por toda Palma. Ya no quedan restaurantes ni videoclubs; lo único visible son algunas plantas bajas renovadas o locales vacíos esperando tiempos mejores.

