Carmen Leiva, una octogenaria llena de vida y energía, salió el martes por la mañana a dar un paseo por Pollença. A las 12.30 horas, cuando volvía de hacer la compra en la cooperativa, se topó con una joven que le ofreció probar unas cremas para el rostro. Pero detrás de esa oferta tan inocente se escondía algo mucho más oscuro. Con un discurso convincente, la chica le aseguró que esas cremas no podían tocar su oro porque lo estropearían.
Un engaño desgarrador
Confiada y sin sospechar nada raro, Carmen decidió quitarse sus joyas: siete pulseras y dos collares que llevaba con tanto cariño. La joven aprovechó el momento y comenzó a sacarle las pulseras bajo la excusa de que necesitaba espacio para aplicar el producto. “No te preocupes, te lo quito rápido”, insistió la estafadora mientras Carmen advertía que eso no era necesario.
Tras hacerle unas pruebas y prometerle volver pronto con más productos desde su furgoneta, simplemente desapareció. Al regresar a casa y darse cuenta de que sus joyas ya no estaban, Carmen sintió cómo su mundo se desmoronaba.
La denuncia ante la Guardia Civil no tardó en llegar; los familiares están furiosos con esta situación y han alzado su voz en redes sociales. Marina Rodríguez, nieta de Carmen, expresó su indignación: “Es un pueblo supuestamente tranquilo; es una pena que pasen estas cosas”. Más allá del valor económico de las joyas robadas, lo que ha quedado grabado en la mente de Carmen es el miedo: “Desde ese día ya no quiere salir sola”, confiesa Marina con tristeza.
No debería ser así; nadie tiene que vivir con temor a caminar por su propio barrio. Este incidente nos recuerda cuán vulnerables podemos ser y cuánto necesitamos cuidar nuestros espacios seguros.

