La situación en Mallorca se ha vuelto crítica. Las lluvias torrenciales han hecho estragos en el norte y el este de la isla, dejando a muchos ciudadanos preocupados y con ganas de alzar la voz. Mientras tanto, en otros rincones, la justicia ha tomado decisiones que nos dejan perplejos.
Una decisión desconcertante
Imaginemos a un trabajador del aeropuerto de Palma, luchando por cuidar de sus padres enfermos. La respuesta que recibió fue lapidaria: «Que vaya no les hará mejorar». Con unas palabras así, ¿cómo esperan que las familias afronten estos momentos tan difíciles? Nos sentimos impotentes ante una realidad que parece ignorar las necesidades humanas.
Y no es solo eso. En Son Sardina, los padres están protestando contra la incorporación del profesor Miquel Roldán, condenado por acoso a un alumno. ¡No llevaremos a nuestros niños a esa escuela! La indignación está palpable en cada rincón de esta comunidad. Al final, ¿qué valor tiene nuestra voz si no somos escuchados?
En medio de todo esto, también escuchamos declaraciones sobre el uso del suelo rústico, donde se nos dice que debe dedicarse a la producción de alimentos. Suena sensato, pero ¿realmente hay voluntad para hacerlo? Nos quedamos con más preguntas que respuestas mientras algunos siguen tratando de boicotear iniciativas como la recuperación de derechos lingüísticos.
Todo esto ocurre mientras seguimos viendo cómo se despliega una cadena humana en Binissalem para decir «no» al nuevo polígonos industrial. Y es que cada acción cuenta; es nuestro único cartucho para hacer frente a una realidad que no queremos aceptar sin luchar.