La afición del Real Mallorca está que arde. Tras la derrota ante el Barcelona por 0-3, el malestar se siente en el aire y no solo por el marcador. Es doloroso perder, claro, pero lo que más duele es ver cómo un árbitro, Munuera Montero en este caso, puede influir tanto con decisiones erróneas como ese polémico gol de Ferran Torres o la no expulsión de Raphinha. La rabia se ha apoderado del mallorquinismo.
Un domingo para olvidar
Desde que pitó el final, los aficionados han pasado un domingo complicado, reflexionando sobre lo sucedido. No era fácil arrancar la Liga contra el actual campeón y aunque las expectativas no eran muy altas, siempre hay algo especial en debutar ante uno de los grandes. Son Moix estaba lleno de esperanza; todos esperaban que su equipo diera la talla como lo hizo la temporada pasada contra el Madrid. Pero una defensa desastrosa y un Munuera demasiado protagonista arruinaron esa ilusión.
A pesar de todo, este episodio ha servido para unir aún más a la afición con su equipo. Nadie entiende por qué no se detuvo la jugada tras caer Raíllo al suelo; ni siquiera las explicaciones del propio árbitro a Jagoba Arrasate aclaran nada. Los defensores de Munuera argumentan que Raíllo no tenía motivos para perder tiempo porque ya iban perdiendo y no era una ocasión manifiesta de gol. Sin embargo, eso no consuela a nadie.
Lo que más molesta es esa diferente vara de medir. Mientras unos jugadores ven roja o amarilla sin dudarlo, otros parecen tener bula. Raphinha hizo una tijera peligrosa a Mateu Jaume y solo recibió una amarilla; ¿dónde está la lógica? Esta disparidad es lo que realmente indigna a los aficionados bermellones.
Aunque la derrota esté grabada en los anales del fútbol, el sentimiento de injusticia perdurará entre nosotros durante mucho tiempo. La afición merece respuestas y sobre todo claridad porque estas situaciones dejan una huella difícil de borrar.