Al amanecer, Faustino Nogales llegó a su casa rodeado de un despliegue policial que dejaba poco lugar para la calma. Con los nervios a flor de piel, no pudo contener su rabia al salir esposado del coche. «No quiero prensa, no quiero prensa», fueron sus primeras palabras mientras el sol apenas comenzaba a asomar.
Un momento tenso y lleno de emociones
Este inspector de la Policía Nacional, quien había liderado durante años el Grupo II de Estupefacientes en Mallorca, se encontraba en medio de una operación contra el blanqueo de capitales y tráfico de drogas. Eran aproximadamente las 07:00 horas cuando llegaron los agentes al registro, pero lo que ocurrió después fue todo menos tranquilo.
Al notar la presencia del equipo periodístico, su actitud cambió drásticamente. Su tono pasó del nerviosismo a la agresividad: «Venga hombre, me cago en Dios, cómo me hacéis esto». Las palabras salían con furia y desahogo; se sentía traicionado por aquellos que alguna vez habían sido sus compañeros. No escatimó en improperios: «Me cago en vuestra puta madre, hijos de puta» resonaban entre los muros como un eco doloroso.
En medio del caos verbal, también expresó su decepción sobre el sistema que él mismo había defendido durante toda su vida laboral: «He estado trabajando toda mi puta vida en esta mierda para que me hagáis esto», clamaba entre gritos y gestos desesperados. Esa frase encapsula una lucha interna, el choque entre lo que había creído y lo que estaba viviendo.
El registro se prolongó más allá de las cuatro horas; cada minuto parecía una eternidad para Nogales. La incertidumbre sobre si hallaron o no pruebas relevantes solo añadía más tensión al ambiente. Lo único claro es que este capítulo marcará un antes y un después no solo en su vida personal sino también en la percepción pública sobre aquellos encargados de velar por nuestra seguridad.