Imagina aterrizar en Mallorca, esa joya del Mediterráneo, y encontrarte con un paisaje que más bien parece sacado de otra parte del mundo. «¿Som a Espanya o a Alemanya?» se preguntaba una turista al ver la transformación de la isla bajo el peso del turismo masivo. Esta pregunta no es solo retórica; refleja una realidad que muchos vivimos aquí.
Un turismo que nos ahoga
En los últimos tiempos, hemos sido testigos de cómo el sector turístico en las Baleares ha sufrido una caída alarmante del 10,7%. Este descenso no es casualidad; es el resultado de años de monocultivo turístico y una saturación que ya no da tregua. Las calles están abarrotadas y las calas han perdido su encanto original, convirtiéndose en meros puntos turísticos donde apenas puedes respirar.
Y mientras esto sucede, los arquitectos de todo el mundo siguen mirando hacia Campos como si fuera el nuevo Eldorado inmobiliario. ¿Qué buscan realmente? ¿Destruir lo poco que queda de auténtico en nuestra cultura?
Ni siquiera las icónicas casetas de pescadores de Eivissa se salvan del embiste voraz de las inmobiliarias. Todo lo tradicional se está tirando a la basura por unos cuantos euros más. Es hora de reflexionar sobre qué queremos realmente para nuestras islas: ¿un destino turístico masificado o un lugar donde podamos vivir y disfrutar sin presiones?