En los últimos años, hemos sido testigos de un fenómeno musical que ha generado opiniones encontradas. El reguetón, ese ritmo que hace vibrar a tantos jóvenes, parece causar una especie de rechazo visceral en muchos adultos. ¿Por qué esta aversión?
Una ruptura cultural evidente
Oriol Rosell, crítico cultural y autor del ensayo ‘Matar al papito’, se adentra en este complejo escenario. En su obra, analiza cómo las músicas urbanas han hecho que la brecha generacional se ensanche aún más. Recuerda su propia experiencia en el Sónar hace diez años, cuando quedó sorprendido al ver a Yung Beef leyendo sus letras desde el móvil. Mientras los adultos mostraban indignación, los jóvenes disfrutaban sin reparos. Un claro reflejo de la desconexión entre generaciones.
Rosell no tiene dudas: el reguetón ha puesto sobre la mesa un choque cultural similar al que vivimos con el nacimiento del rock and roll. Los padres aborrecen esta música con fervor, mientras que los hijos se entregan a ella con entusiasmo desbordante. Pero detrás de ese odio hay algo más profundo que simplemente no gustarles las letras o ritmos; es una cuestión de identidad y percepción personal.
Según Rosell, uno de los factores clave es lo que él llama ‘porsiemprismo’. Este concepto implica que muchos adultos intentan aferrarse a su pasado y a una cultura que ya no les pertenece del todo. A medida que el reguetón cobra fuerza, aquellos que crecieron en otras épocas enfrentan la dura realidad de sentirse obsoletos.
La popularidad arrolladora del reguetón actúa como un recordatorio constante de esta obsolescencia; una señal inequívoca de que el mundo sigue adelante y deja atrás lo conocido para dar paso a nuevas formas de expresión musical.
Pero aquí llega otra pregunta interesante: ¿por qué España es uno de los lugares donde este rechazo se siente con más fuerza? Rosell señala un aspecto crucial: existe un rencor poscolonial. En este contexto, nos encontramos ante una cultura hispanoamericana –que ahora supera en popularidad a nuestros artistas locales– y eso genera incomodidad. Nos resulta difícil aceptar que aquellos provenientes del otro lado del océano están dominando las listas musicales mientras nos debatimos entre recuerdos nostálgicos.
A pesar de esto, Oriol prefiere trazar una genealogía más rica sobre las músicas urbanas antes que convertirse en defensor acérrimo del género. Reconoce las críticas sobre sus letras muchas veces superficiales; sin embargo, también apunta hacia un cambio generacional donde lo explícito es la norma y donde cada uno busca su propia experiencia única.
Al final del día, la juventud quiere bailar, disfrutar y vivir momentos intensos sin complicaciones innecesarias. La música ha dejado de ser el centro absoluto para convertirse en parte más amplia dentro del universo digital donde los influencers también juegan un papel crucial.
No sabemos si esto es bueno o malo; quizás simplemente sea diferente. Lo cierto es que entender esta nueva realidad puede ser clave para cerrar esa brecha generacional tan marcada por prejuicios e incomprensiones mutuas.