En Mallorca, la situación del turismo está generando más debates que nunca. En medio de un paisaje idílico, donde las playas son el reflejo de un paraíso, también se siente una creciente inquietud. De hecho, según algunas voces de la comunidad, hasta un 80% de las familias apoyan la educación en catalán en los colegios. Pero esto es solo la punta del iceberg.
Una realidad contradictoria
No podemos ignorar que hay quienes sienten que el turismo ha llegado a ser una carga pesada. Lourdes Melis Gomila lo dice claramente: «La turismofòbia es comprensible». Y es que, aunque muchos comerciantes están agradecidos por las visitas, hay un cansancio palpable ante los discursos que criminalizan el sector. Nos preguntamos: ¿de verdad somos conscientes del equilibrio que necesitamos?
Por si fuera poco, noticias como la clausura del campo de tiro de So na Mora o la prohibición de amarramientos particulares en puertos generan aún más desconcierto entre los ciudadanos. A todo esto se le suma la indignación en Llucmajor tras ver volar dos helicópteros sobre la torre de l’Estalella y un cocodrilo inesperado sorprendido por turistas en Palma.
Mientras tanto, algunos negocios locales están al borde del desánimo y claman por soluciones reales. «Las tiendas mallorquinas aprecian al turista», comentan con frustración, «pero estamos hartos de escuchar mensajes negativos sobre nosotros». La balanza parece desequilibrarse y cada vez queda más claro que el futuro turístico no puede seguir siendo un monocultivo sin tener en cuenta a quienes viven aquí.