En un rincón olvidado de Palma, justo en la bifurcación que conecta con la Vía de Cintura y la autovía del aeropuerto, vive un hombre cuyo hogar es tan inusual como su historia. Se llama Vitaly, un ruso que ha levantado una macrochabola hecha a base de objetos rescatados de la calle. Con su bandera española ondeando al viento, se ha convertido en una figura curiosa para los miles de conductores que pasan cada día por allí.
Un hogar hecho a mano y corazón
Adentrándonos en este pequeño asentamiento compuesto por tiendas de campaña y su peculiar chabola, nos recibe una escena casi surrealista. Una humareda suave flota en el aire, pero no hay peligro; solo Vitaly preparando su comida con un fuego improvisado. Sale al encuentro de quienes se acercan: un hombre sin camiseta, con gafas de sol y una amabilidad que sorprende. «Aquí me he hecho mi casa», dice orgulloso mientras muestra lo que ha construido con sus propias manos.
Cuando le preguntamos sobre su vida anterior, Vitaly es contundente: «No quiero saber nada de Rusia. No me muevo de aquí». Su voz resuena clara, llena de determinación mientras asegura que vive tranquilo, sin molestar a nadie. En las cercanías, señala hacia otras tiendas donde viven personas musulmanas, pero prefiere no entrar en detalles sobre ellos.
Sigue removiendo el caldo burbujeante mientras explica lo contento que está en este lugar apartado del bullicio citadino. La realidad es dura: muchos como él buscan refugio en estos rincones olvidados por todos, donde los servicios sociales apenas pueden llegar. Sin embargo, Vitaly parece haber encontrado su propio oasis en medio del caos.
A pesar de las dificultades y el estigma asociado al sinhogarismo en Mallorca, Vitaly sonríe ante la adversidad y repite sin cesar: «No quiero volver a Rusia». Esta es solo una más de las historias invisibles que pululan por Palma y sus alrededores; relatos cargados de esperanza y resistencia ante una realidad complicada.