Tom Gebhardt llegó a Mallorca hace diecinueve años con una guitarra, un par de cajas de libros y un viejo Seat. Este alemán, nacido en Hannover, ha recorrido medio mundo antes de plantar sus raíces en esta isla. Su vida lo llevó desde los Estados Unidos hasta México y Bolivia, pero fue el amor el que lo ancló aquí. Con la intención inicial de quedarse solo dos años, la vida le tenía otros planes. Como él mismo recuerda: «La primera vez que vi la isla fue desde el ferry que venía de Dénia. Me quedé maravillado».
Una adaptación llena de matices
En esos momentos inolvidables en los que el barco se acercaba al puerto de Palma, vio una estrella fugaz sobre la catedral y pensó: «Quizás vale la pena darle una oportunidad a este lugar». Y vaya si valió la pena; año y medio después nació su hija Irene, quien ya tiene 17 años y es toda una mallorquina. A través del tiempo, Tom ha pasado por diversas etapas de adaptación a la cultura local; recordando con nostalgia los momentos en que quería ser más autóctono que los propios isleños.
A veces experimenta frustraciones cuando siente que no hay interés por su cultura germana o cuando se da cuenta de las diferencias entre ambos mundos. Unas diferencias que le sorprendieron al principio: «Aquí el pan no lleva sal y en las fiestas bailan las mujeres». Dos cosas que dice disfrutar enormemente.
A medida que ha ido integrándose en la comunidad mallorquina, decidió aprender catalán para poder comunicarse mejor con sus amigos locales. Después de mucho esfuerzo, logró alcanzar el nivel B2 y ahora puede decir con orgullo: «Feim un cafè?» es más que una simple invitación a tomar café; es un ritual lleno de significado.
A pesar de ser consciente del choque cultural, Tom está cansado de hablar sobre etiquetas como forastero o bunyolí. Su visión es clara: conocer a cada persona tal como es requiere tiempo y esfuerzo sin prejuicios ni etiquetas limitantes.
Cada vez que se le pregunta acerca de sus lugares favoritos en Mallorca prefiere guardárselos para sí mismo: «Hablar sobre mis sitios preferidos sería una necedad durante estos tiempos tan masificados». Pero no duda en compartir su debilidad por un buen plato de lengua con tapenade.
Y sobre su futuro, este hombre feliz declara: «Estoy contento donde estoy; si mañana me tengo que mover, estaré feliz donde me lleve la vida».