En una cálida noche de verano, bajo la lluvia que caía intermitente, Ana Belén decidió reconquistar Madrid. A sus 74 años, y tras seis largos años alejada de los escenarios, la artista demostró que su voz sigue siendo un torrente de emociones en las Noches del Botánico. Con una presencia impoluta y un aire algo tímido, se subió al escenario vestida de blanco, como si cada mirada del público la animara a soltar todo lo que llevaba dentro.
Una velada mágica llena de recuerdos
La conexión fue instantánea. Sus palabras resonaban entre los asistentes mientras hablaba de amor y ternura, incluso antes de que comenzara a interpretar sus icónicas canciones. Aquella noche, el agua que caía parecía lavar viejas nostalgias, y ella lo reconocía con gratitud: “Es emocionante volver a reencontrarnos tras las tormentas. Os agradezco mucho que estéis aquí”, dijo Ana con sinceridad mientras desmenuzaba un repertorio lleno de clásicos que nos hicieron vibrar.
Su voz recorrió décadas, desde temas como Sólo le pido a Dios hasta Yo vengo a ofrecer mi corazón, recordándonos momentos significativos en nuestra historia colectiva. En tiempos donde parece que la memoria flaquea, Ana nos trajo letras llenas de significado y fuerza. Hacía tiempo que no escuchábamos esas notas cargadas de crítica social y anhelos compartidos.
Acompañada por una banda compuesta por seis talentosos músicos, Ana Belén hizo magia en el escenario. Desde su nuevo álbum Vengo con los ojos nuevos, hasta esos hits inolvidables como Peces de la ciudad, cada canción era un viaje emocional. “Qué gusto estar aquí, en mi pueblo”, bromeó ante el aguacero intermitente, sintiendo cómo su energía contagiosa llenaba cada rincón del lugar.
Cuando llegó el momento álgido con Derroche y Agapimú, el público se puso en pie al unísono. Se sentía más viva que nunca; no necesitaba fuegos artificiales para brillar. Con su talento innato lograba alcanzar lo sublime sin estridencias.
Cerrando con broche dorado sus interpretaciones más emblemáticas como La puerta de Alcalá, Ana dejó claro que es imposible imaginar esas letras saliendo de otra garganta que no sea la suya propia: pura emoción encapsulada en melodías eternas. La velada concluyó convirtiéndose casi en una celebración espiritual donde todos los presentes elevaban sus voces junto a ella.