La mañana de este miércoles, Son Banya se convirtió en el escenario de una gran operación policial. La Policía Nacional, armada con determinación y un plan bien trazado, irrumpió en este conocido poblado chabolista, donde la venta de droga parecía ser el pan nuestro de cada día. Ocho personas fueron arrestadas y seis puntos de venta desmantelados. Al frente de uno de estos puntos estaba una mujer sudamericana que no solo tenía droga lista para los compradores, sino que había acondicionado su caseta con un aire acondicionado para hacer más llevadera la espera bajo el sol.
Un mundo organizado entre tablones de madera
A primera vista, esas casetas construidas con tablones de madera podrían parecer sencillas e incluso inofensivas. Pero dentro se esconde toda una estructura dedicada a la distribución rápida y eficaz de sustancias prohibidas. Con neveras llenas de refrescos y dispensadores de agua al alcance del cliente, estaba claro que allí no se dejaba nada al azar.
Los agentes incautaron varias cantidades de cocaína, hachís y marihuana, junto a utensilios para manipular las drogas. Y es que todos los que conocen Son Banya saben que ha cambiado; ya no hay grandes alijos en las casas como antes. Los narcos han aprendido a jugar al escondite con la policía. Ahora sus puntos son pequeños refugios donde cada día reponen lo necesario para satisfacer a sus compradores.
En estos humildes habitáculos, donde parece que todo está hecho por necesidad más que por lujo, encontramos elementos curiosos: mesas improvisadas donde se anotaban las transacciones diarias y hasta un cuaderno que mostraba las cuentas del día… aunque hoy todo estaba casi vacío a esa hora temprana.
Este golpe al tráfico en Son Banya nos deja muchas preguntas sobre cómo operan estas redes desde la sombra. Lo cierto es que detrás del velo del colorido localismo hay una cruda realidad que afecta a nuestra comunidad y nos obliga a reflexionar sobre lo sucedido.