Palma

La lucha de los vecinos de Santa Catalina: obras y plagas desbordadas

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En el corazón del vibrante barrio de Santa Catalina, en Palma, la vida ha cambiado drásticamente para sus residentes. Las obras del Carrer de Pou, emprendidas por Emaya, se han convertido en una auténtica pesadilla. Tres semanas ya con zanjas abiertas, polvo por todas partes y un corte de agua que prometía durar solo seis horas, pero que a esta hora sigue sin resolverse.

María Isabel Mulet, vecina del primer piso del número 23, comparte su angustia: «Llevamos tres semanas sin poder abrir las ventanas por el polvo y los tablones». Y no es para menos. Hoy les anunciaron un corte de agua desde las 8:00 hasta las 14:00 horas; ya son las seis de la tarde y todavía nada. La frustración está a flor de piel.

Una calle convertida en un campo minado

Las calles están llenas de agujeros enormes que hacen imposible la circulación normal. Peatones y motocicletas se ven obligados a compartir aceras estrechas, lo que ha llevado a situaciones peligrosas. «Han estado a punto de causar más de un accidente», señala María Isabel con preocupación. Y si el calor ya era sofocante, ahora se suma la desesperación.

A pesar del esfuerzo visible de los trabajadores —que ni siquiera son responsables directos— ella misma les lleva agua para sobrellevar el calor infernal al que están expuestos. Sin embargo, no solo son molestias menores las que afrontan los vecinos; hay un problema mucho más serio.

«Te vas a duchar y te encuentras cucarachas; es asqueroso», denuncia Mulet. La situación sanitaria ha empeorado con la aparición inesperada de insectos en los baños debido a las zanjas abiertas del alcantarillado. Y como si esto fuera poco, las ratas han invadido el barrio: «Son como conejos», recalca indignada. Varios locales cercanos también han hecho eco de este problema creciente.

A pesar de que Emaya asegura haber restablecido el suministro a las 16:00 horas, muchos vecinos siguen sin agua. Desde la empresa municipal pasan la responsabilidad al Ayuntamiento mientras ellos se sienten completamente desamparados: «Nos pasan la pelota de un teléfono a otro», lamenta María Isabel.

Los comerciantes también están preocupados; temen que esa imagen idílica llamada “pequeña Suecia” empiece a desmoronarse por culpa de esta situación insostenible. Una vecina resume todo con claridad: «Esto se ha convertido en un sitio donde los mallorquines no podemos vivir». Exigen urgentemente un plan para limpiar y un calendario realista sobre cuándo terminarán estas obras.

Hasta entonces, sus ventanas seguirán cerradas y los cubos listos para recoger cualquier gota posible. «Si al menos nos avisaran con tiempo y taparan esos agujeros, podríamos organizarnos mejor», concluye María Isabel con resignación; viviendo cada día entre la incertidumbre del agua y una invasión incontrolable de ratas y cucarachas.

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