En la calle Benito Pons de Palma, un edificio que debería haber sido un hogar ha quedado atrapado en el tiempo. Desde hace años, el número quince se alza como un fantasma de lo que iba a ser una vivienda acogedora, pero que terminó convirtiéndose en una obra a medio hacer. Las paredes están casi desnudas y las cuatro plantas parecen esperar un destino que nunca llegará.
Los vecinos cuentan que todo empezó tras la crisis económica de principios de los 2000. Fue entonces cuando este lugar comenzó a albergar a quienes no encontraron otro refugio. Los nuevos moradores han improvisado su hogar con tablones, chapas y palés; cada uno aportando su granito para tapar las ventanas y hacer más habitable lo que muchos considerarían un desastre. Un comerciante del barrio incluso recuerda cómo algunos vecinos aprovecharon materiales olvidados para construir sus propios espacios.
Un paisaje cotidiano
A pesar de su aspecto deteriorado, esta construcción ha pasado a formar parte del paisaje cotidiano de Pere Garau. Los okupas se han convertido en los ‘decanos’ de este entorno, haciéndose casi invisibles para quienes pasan por allí diariamente. Después de tantos años, ya ni se les mira con curiosidad; simplemente son parte del escenario urbano.
Los relatos sobre momentos difíciles y tensiones iniciales han quedado atrás, desdibujados por el tiempo y la convivencia forzada. En una ciudad donde el fenómeno de la okupación crece sin control, el número 15 es un claro ejemplo de resistencia. Con balcones peligrosos que invitan más bien a no asomarse, este lugar sigue en pie mientras otros edificios abandonados esperan su suerte.
Aquella obra inconclusa ha encontrado una nueva vida entre quienes decidieron reclamarla como propia en una época donde muy pocos hablaban del tema. El silencio que rodea esta situación ha jugado a favor de estos inquilinos improvisados; nadie parece interesado en recuperar lo que quedó tirado y olvidado por ahí.