En la noche del pasado domingo, el cielo sobre Irán se vio atravesado por un despliegue sin precedentes de fuerza militar. Siete bombarderos B-2, los ‘fantasmas’ del aire, se alzaron para ejecutar lo que se ha llamado la operación ‘Martillo de Medianoche’. El secretario de Defensa estadounidense, Pete Hegseth, no escatimó en palabras cuando afirmó que este asalto había dejado el programa nuclear iraní completamente «devastado» y marcado como un «éxito aplastante».
Un ataque meticulosamente orquestado
Los detalles de esta misión son tan impresionantes como alarmantes. Según el general Dan Caine, jefe del Estado Mayor del Ejército, todo comenzó con una táctica astuta: más de 125 aeronaves fueron desplegadas como parte de una maniobra de engaño. Mientras tanto, los verdaderos protagonistas—los B-2—se aventuraron desde Washington hasta las instalaciones nucleares en Natanz, Isfahán y Fordo. En un giro impresionante, estos aviones lanzaron alrededor de 14 bombas MOAB, unas armas diseñadas para penetrar incluso las defensas más robustas.
El tiempo era esencial. A las 01:10 hora peninsular española, los cielos estallaron en llamas mientras los B-2 bombardearon con precisión milimétrica las instalaciones objetivo. Y si eso no fuera suficiente, un submarino estadounidense añadió su cuota disparando más de 24 misiles Tomahawk. Veinte minutos después del inicio del ataque, los aviones ya habían abandonado el espacio aéreo iraní sin que se registrara resistencia alguna por parte de la aviación o sistemas defensivos iraníes. Todo esto fue descrito por Caine como un triunfo rotundo para la estrategia sorpresa.
A pesar del impacto devastador reportado en las instalaciones atacadas y el clamor internacional ante esta escalada bélica, Hegseth fue claro al señalar que aún no hay conclusiones definitivas sobre la magnitud total de los daños ni cómo podría responder Irán a este golpe feroz.