Hoy en día, para los más jóvenes, ver a la selección española en finales se ha vuelto una rutina. Con el partido contra Portugal en Múnich, ya son ocho desde 2008: tres Eurocopas, un Mundial, una Copa Confederaciones y tres de la Liga de Naciones. España mira a su alrededor y se siente imbatible.
La selección ha logrado lo que muchas generaciones soñaban: ser competidores reales por los títulos. Entre la Eurocopa de 1964 y la de 2008, solo alcanzó una final. Esa era nuestra realidad; un equipo que parecía condenado a caer en cuartos de final ante cualquier adversidad. Ya sea por errores propios o decisiones arbitrales, siempre había algo que nos frenaba.
De soñadores a campeones
Crecimos admirando a Alemania e Italia, esos gigantes del fútbol europeo que siempre estaban en las finales. Nos sentíamos inferiores al verles jugar; ellos eran el ejemplo a seguir. Pero hoy la historia ha cambiado radicalmente. Desde 2008, España ha sido como ese rival temido que antes nos hacía sentir pequeños.
Ahora somos nosotros quienes disputamos finales con regularidad. Para los jóvenes de hoy, no ver a su selección cerca del trofeo es casi impensable; superar los cuartos ya no es un sueño inalcanzable como lo fue para otros antes de ellos.
Y esto tiene un valor enorme. En 2025, España lidera Europa en fútbol. Ya no sentimos temor al enfrentarnos a Alemania; ahora estamos a su altura y hasta por delante en el juego. Italia dejó de ser nuestro referente y Francia vive con las secuelas de sus derrotas ante nosotros. Inglaterra se queda mirando desde la distancia, recordando sus tiempos pasados.
A pesar de algunas voces críticas que siempre están dispuestas a poner peros, hay que reconocerlo: el fútbol español ha evolucionado y está aquí para quedarse.