En el corazón de Binissalem, los ecos de la indignación resuenan con fuerza. La reciente aprobación inicial de la segunda fase del polémico polígon industrial ha encendido las alarmas entre los vecinos y agricultores de la zona. Muchos se sienten traicionados, como si sus voces fueran tiradas a la basura en un juego político donde ellos no tienen nada que ganar.
Un futuro incierto
Los residentes, que llevan tiempo expresando su rechazo, consideran que este proyecto representa una amenaza a su estilo de vida y al entorno natural. ‘Es una auténtica toma de pelo’, dice uno de los agricultores locales mientras mira con preocupación hacia las tierras que han trabajado durante generaciones. La sensación general es clara: no están dispuestos a sacrificar su hogar por un monocultivo turístico que promete beneficios inmediatos pero deja muchas dudas sobre lo sostenible.
A medida que se acerca la fecha para dar luz verde al proyecto, la tensión crece y las movilizaciones se intensifican. La comunidad no se rinde; sabe que su lucha va más allá de una simple oposición a un polígono. Se trata de defender lo suyo, sus raíces y el futuro de su gente.