En el corazón del Monasterio de Sijena, donde la historia y la vida se entrelazan, encontramos a Erik, un hombre que ha hecho de este lugar su hogar. Nacido hace 57 años en Costa de Marfil, su viaje a España no fue sencillo. Llegó en patera, enfrentándose a peligros inimaginables para alcanzar una nueva vida. Con cada sonrisa que regala, Erik cuenta su historia como si fuera un relato épico.
Un recorrido lleno de desafíos
«Es toda una historia», dice Erik mientras acaricia su cabeza con las manos. Desde 2020, él es el guardián del monasterio: portero, jardinero y un poco de todo lo que este espacio necesita. Este hombre ha sido testigo de tantas vidas y sucesos desde que cruzó el océano buscando un futuro mejor.
Su llegada en 2007 fue más bien una odisea. Recuerda cómo le obligaron a subir al barco con un cuchillo en la garganta; esa brutalidad le persigue aún hoy. «Me dijeron que era solo un barco», comparte Erik con un tono nostálgico. Sin embargo, esa experiencia amarga no apagó su espíritu; llegó a Canarias y luego a Madrid, donde la solidaridad le ofreció una mano amiga.
A partir de ahí comenzó su andanza por Lérida, donde trabajó en el campo hasta formar una red de contactos que le permitieron levantarse poco a poco. Desde las fresas en Huelva hasta las aceitunas en Jaén: Erik recorrió España forjando vínculos e historias junto a sus compañeros agrícolas.
El destino lo llevó al monasterio por cuestiones del corazón: empezó ayudando como voluntario y terminó ocupando todas las tareas cuando las monjas se marcharon. «No me siento solo aquí», confiesa entre risas mientras recuerda cómo llegó su hijo hace poco más de seis meses. Él también está ahora dando sus primeros pasos en esta nueva vida.
A pesar de los recuerdos difíciles que trae consigo cada vez que habla sobre la crisis migratoria –“Nadie deja su hogar sin una razón muy poderosa”– Erik mantiene viva la esperanza de un mundo mejor para todos aquellos jóvenes que todavía arriesgan sus vidas cruzando desiertos en busca de sueños.
Mientras sigue recibiendo saludos y abrazos al finalizar otra jornada laboral en el monasterio, queda claro que Erik es mucho más que “el hombre que hace todo”. Es símbolo de perseverancia y humanidad; es quien da vida al Monasterio de Sijena con cada gesto amable y cada anhelo compartido.