MADRID, 21 de mayo. En un giro que muchos no esperaban, el presidente ruso, Vladimir Putin, ha puesto sus pies en la región de Kursk por primera vez desde que su ejército, con el respaldo de tropas norcoreanas, lograra expulsar a las fuerzas ucranianas en abril. Esta visita se siente como una declaración de intenciones y un recordatorio del conflicto que sigue presente.
Un encuentro lleno de significado
El Kremlin no ha escatimado en detalles para informar sobre este encuentro. Putin se reunió con Alexander Jinshtein, el gobernador interino, y representantes de organizaciones voluntarias. Pero lo más intrigante llegó cuando decidió visitar una central nuclear donde se está construyendo un quinto reactor. ¿Por qué elegir ese lugar? Quizás para reforzar la idea de control y poder que tanto le gusta exhibir.
Durante la reunión con estos “voluntarios”, Putin no dudó en lanzar críticas afiladas hacia Ucrania, señalando que están destruyendo monumentos emblemáticos de la Segunda Guerra Mundial. Se preguntó retóricamente: “¿Cómo pueden ser definidos si no?”. Con esta afirmación deja claro su discurso bélico y su visión del enemigo.
Aquí es donde entra el general Valeri Gerasimov, jefe del Estado Mayor ruso, quien anunció el fin de lo que han llamado la “operación de liberación” en Kursk. Este término ya nos dice mucho sobre cómo se perciben a sí mismos y su misión. Mientras tanto, las fuerzas ucranianas habían logrado avanzar hasta controlar más de mil kilómetros cuadrados antes de ser finalmente repelidas.
A medida que la narrativa avanza y los ecos del conflicto resuenan por Europa, muchos nos preguntamos: ¿qué vendrá después? La historia sigue escribiéndose en cada rincón afectado por esta guerra interminable.