El ambiente en Son Moix el pasado domingo estaba cargado de tensión. No era solo otro partido más; era una despedida de temporada marcada por la frustración y la impotencia. Los aficionados del RCD Mallorca, que habían llegado con ilusión, pronto se encontraron atrapados en un mar de discusiones entre jugadores y gritos desgarradores desde la grada. Mientras el capitán abandonaba el campo, muchos en las gradas decidieron expresar su descontento. ¿Cómo puede ser que después de lograr la permanencia, el clima sea tan hostil?
Un final amargo para una temporada agridulce
Aunque la primera parte del campeonato dejó buen sabor de boca con esos 30 puntos que aseguraron la salvación, lo cierto es que lo ocurrido en esta segunda vuelta ha sido un auténtico desastre. Solo 17 puntos y un juego que deja mucho que desear han llevado a los seguidores al límite. “No jugamos a nada”, se escuchó decir a algunos mientras otros pedían a gritos cambios urgentes. La frustración era palpable; tras cada derrota ante equipos como Getafe o Celta, crecía el clamor por una mejoría inmediata.
El espectáculo fue decepcionante: ningún tiro a puerta hasta el minuto 92, cuando ya todo estaba decidido. ¡Qué triste! Y si Larin pensó que podía hacer callar al público, debería recordar que su rendimiento no ha sido precisamente estelar este año. Lo mismo se puede decir de Maffeo, cuya entrega nadie discute pero cuyas desconexiones han costado caros al equipo.
Los aficionados tienen todo el derecho del mundo a exigir más, sobre todo tras haber vivido temporadas difíciles y ahora ver cómo su equipo parece rendirse sin luchar. Arrasate no puede esconderse: es momento de reflexionar y reaccionar ante esta crisis silenciosa pero profunda.
No podemos olvidar que este club necesita una transformación urgente si quiere evitar otra temporada penosa. La dirección deportiva tiene trabajo por delante; hay piezas del equipo que ya están envejeciendo y los refuerzos son más necesarios que nunca para mantener viva la llama de la esperanza entre sus seguidores.