La noche del 18 de mayo de 2025, la gran final de Eurovisión se convirtió en un escenario lleno de emociones encontradas. Mientras Austria celebraba su victoria con la actuación de JJ, España, representada por Melody, sufrió una nueva autoinmolación al terminar en un decepcionante 24º lugar. La historia nos dice que España ama a Melody, recordando esos momentos nostálgicos con El baile del gorila. Verla brillar en Eurovisión parecía un sueño hecho realidad, pero la realidad fue menos colorida.
Una actuación llena de promesas y desilusiones
Pese a ser una diva en potencia, el consenso en torno a su canción ha sido más bien escaso desde que ganó el Benidorm Fest. A pesar del cariño que despierta, su tema no logró resonar como debía y eso es una pena; si hubiera estado mejor preparado, quizás el puesto 24 habría sido muy distinto. Pero claro, hay que reconocerlo: Austria se llevó el Micrófono de Cristal gracias a una propuesta apasionante que capturó la atención del público. Por otro lado, la actuación de Melody dejó mucho que desear. Lo único rescatable fue su presencia magnética; lo demás parecía sacado de una verbena donde todo es risas pero no hay sustancia.
Los 37 puntos conseguidos la colocan al mismo nivel que Blas Cantó hace unos años y eso duele. Su actuación estuvo plagada de planos vacíos y elementos visuales sin alma; incluso durante su dance break pareció ausente. El truco con los bailarines saliendo de la bata de cola fue más un chiste malo que un momento memorable. Es triste ver cómo tanto esfuerzo acaba tirándose a la basura por falta de coherencia en la realización.
A medida que avanzaba la gala, quedó claro que algunas propuestas brillaban por encima del resto. La victoria de JJ no fue sorpresa para nadie; era uno de los favoritos y su presentación sí cautivó con un concepto fresco y bien ejecutado. En cambio, ¿qué le pasó a nuestra representación? Ni los clichés españoles lograron salvarlo esta vez.
En esta edición marcada por controversias –como la participación problemática de Israel– también hubo momentos brillantes como las interpretaciones inesperadas e ingeniosas por parte de otros países. Finlandia hizo rugir al público con una actuación atrevida y provocativa que dejó huella desde el primer segundo, mientras otros como Estonia nos ofrecieron shows auténticos que conectaron con sus raíces.
A veces parece que España necesita aprender a arriesgar más en este certamen; solo así podrá conseguir lo mismo que han logrado otras naciones al salir fuera del molde establecido. ¿Cuándo dejaremos atrás lo cómodo para arriesgarse a brillar? Este año hemos vuelto a caer en viejas rutinas y si queremos cambiar esa narrativa, deberíamos mirar hacia adelante y adoptar nuevas ideas.