En la fría mañana del 16 de mayo, las alarmas sonaron nuevamente en Jersón, una provincia marcada por la guerra. Al menos cuatro personas han muerto como resultado de un ataque lanzado por el Ejército ucraniano contra localidades que aún permanecen bajo control ruso. Este rincón de Ucrania, anexionado por Rusia en octubre de 2022 –un movimiento que el resto del mundo no reconoce– ha visto cómo los ecos del conflicto se llevan a seres humanos.
El gobernador prorruso, Volodimir Saldo, no se ha hecho esperar y ha denunciado lo sucedido con vehemencia. “Cuatro civiles han perdido la vida”, afirmó con tristeza, mencionando nombres de lugares como Velika Lepetija y Zabarino donde se registraron los bombardeos. Estos pueblos, que deberían ser refugios de paz, se han convertido en escenarios de dolor y destrucción.
La espiral de violencia sigue
Pero esto no es todo. Horas antes, las autoridades ucranianas reportaron que al menos una persona había muerto debido a un ataque con drones por parte del ejército ruso en la misma provincia. ¿Hasta cuándo seguirá esta espiral de odio? Según el Estado Mayor ucraniano, durante la noche del jueves y madrugada del viernes se lanzaron más de un centenar de drones rusos; afortunadamente, 73 fueron derribados antes de causar más estragos.
A veces parece que las noticias sobre muertes y ataques ya no nos sorprenden. Pero cada número representa una historia truncada y familias desgarradas. En Odesa, Yítomir, Chérnigov y Mikolaiv también sintieron el impacto de esta violencia sin fin. La guerra nos recuerda que detrás de cada cifra hay vidas humanas llenas de sueños e ilusiones.