La tarde del pasado martes, las calles se llenaron de sonido y pasión en el CEIP de Pràctiques. Un grupo de padres, educadores y vecinos se reunieron para hacer una casserolada, un acto que resonó más allá de los caceroles: fue un grito conjunto contra la segregación impuesta por la Conselleria. No es solo una cuestión educativa; es un asunto que toca las fibras más profundas de nuestra comunidad.
La lucha por una educación inclusiva
Mientras los caceroles sonaban, muchos se preguntaban cómo habíamos llegado a este punto. La mudanza desde la antigua escuela republicana de Campos a un centro del siglo XXI no debería significar perder valores esenciales como la inclusión y la diversidad. “¡No vamos a permitir que nos tiren a la basura!”, exclamaba uno de los padres con fuerza mientras otros asentían con firmeza. Porque al final, lo que está en juego es el futuro de nuestros niños y niñas, que merecen crecer en un entorno donde todos tengan su lugar.
A medida que avanzaba la tarde, se escucharon historias sobre lo que significa ser parte de esta comunidad educativa. Educadoras que han estado en huelga también se manifestaron frente a Cort, reclamando una subida salarial justa. Y mientras tanto, voces como la de Prohens defendiendo nuevas universidades privadas parecen ignorar las verdaderas necesidades del pueblo. En este ambiente caldeado por tantas injusticias, cada gesto cuenta y cada voz suma.
Así pues, hoy más que nunca estamos llamados a unir fuerzas para decir ¡basta! Es hora de poner fin al monocultivo turístico y cuidar nuestro entorno educativo como si fuera oro puro. Porque si no defendemos lo nuestro, ¿quién lo hará?