El 14 de mayo de 1925, Virginia Woolf publicó su obra más emblemática, La señora Dalloway, y hoy, al cumplir 100 años, podemos afirmar que ya nadie le teme. Si tres años antes, Ulises de Joyce había hecho estallar las convenciones narrativas, Woolf siguió esa estela con su historia aparentemente sencilla pero profundamente conmovedora. En sus páginas no hay héroes épicos ni hazañas grandiosas; solo la burguesa Clarissa Dalloway, una mujer madura atrapada entre el orgullo y la resignación, que decide salir a comprar flores en Mayfair para una fiesta que espera iluminar su monótona vida.
Un retrato del alma humana
A lo largo del relato, los recuerdos de Clarissa se entrelazan con la angustia de Septimus Smith, un veterano que lucha contra el estrés postraumático. La genialidad de Woolf radica en cómo nos lleva a través de las vidas interconectadas de sus personajes, creando un tapiz social donde cada hilo cuenta una historia. Al terminar la lectura, Vita Sackville-West reveló que esta novela le permitió redescubrir Londres como si se tratara de un lugar lleno de misterios ocultos.
Aunque Woolf había escrito anteriormente sin gran éxito, fue tras recibir una crítica mordaz que decidió liberarse del peso de las expectativas ajenas. En su diario dejó claro: «Si no soy yo misma, no soy nadie». Y así nació esta obra maestra en un momento crucial de su vida. Con el trasfondo del sufrimiento emocional y los traumas personales marcados por abusos en su infancia y problemas mentales a lo largo de su existencia, Woolf supo plasmar en Septimus una representación palpable de sus propios demonios.
Hoy celebramos el legado inmenso que dejó Virginia Woolf al romper esas barreras culturales que intentaban encasillarla como autora para unos pocos elegidos. Su voz resuena ahora más fuerte que nunca y ha sido revalorizada por generaciones recientes; ya nadie teme abrir un libro suyo. Así es como esta figura icónica del feminismo contemporáneo sigue desafiándonos a ver más allá y entender mejor nuestro propio mundo.