Juan Montero se despide del Bar Montero, un lugar que ha sido más que un trabajo; ha sido su vida. Con una sonrisa sincera, comparte: “Este bar era mi ilusión, pero ahora me merezco disfrutar de la vida”. Este sevillano llegó a Mallorca en los años 70, como tantos otros buscando nuevas oportunidades en el mundo de la hostelería. Comenzó fregando vasos en Magaluf y, con el tiempo, se convirtió en una figura emblemática en Son Cotoner.
Un hogar para todos
Durante casi 35 años, cada mañana levantaba la persiana del Bar Montero. Recuerda con cariño cómo servía cafés a los trabajadores madrugadores y cómo el local se llenaba desde primera hora. “A las cinco y media ya estaba abierto. ¡Era como un día de rebajas!”, cuenta entre risas mientras recuerda aquellos momentos agitados.
A sus 67 años, Juan siente que es momento de disfrutar: “Quiero pasar tiempo con mi señora y recoger a mis nietos del colegio”, dice con orgullo. Aunque la jubilación le llega por sorpresa, él está listo para afrontar esta nueva etapa con serenidad. La pandemia fue dura, tuvo que recurrir a sus ahorros como muchos otros, pero siempre busca el lado positivo: “Me quedo con los buenos recuerdos”.
Su despedida fue emotiva; amigos y vecinos acudieron a decirle adiós y entregarle una placa que atestigua su dedicación durante todos estos años. “He intentado ser una buena persona”, reflexiona mientras mira alrededor del bar vacío, lleno de historias y memorias compartidas.
Juan deja claro su legado para quien quiera tomar las riendas del negocio: “Trabajar sin complicaciones es la clave”. Se siente afortunado por haber podido sacar adelante a su familia gracias a este bar que fue su segunda casa.
Ahora comienza un nuevo capítulo en su vida, rodeado de los suyos en Mallorca—un lugar donde ha encontrado no solo trabajo sino también felicidad.