Hoy, en la Feria del Libro de Málaga, Lorenzo Silva, un escritor que ha conquistado a millones con sus historias, presenta su última obra: ‘Las fuerzas contrarias’, la decimocuarta entrega de sus célebres personajes Bevilacqua y Chamorro. Quien lo conoce sabe que detrás de esas páginas hay un viaje personal increíble; Silva nunca imaginó que estos dos agentes se convertirían en parte esencial de su vida.
Desde que comenzó esta aventura literaria hace más de dos décadas, se atrevió a abrir camino en un género que apenas tenía cabida en nuestro país. En los años 90, cuando la literatura policíaca era casi un tabú aquí, él decidió poner a dos guardias civiles al frente de una historia intrigante. Recuerda entre risas cómo pensó que su saga no iría más allá de siete libros. Hoy, con catorce entregas y contando, es evidente que la vida le ha sorprendido gratamente.
La escritura como destino
Lorenzo no solo habla de novelas; habla también del azar y las oportunidades. Antes de ser autor a tiempo completo, era abogado. “Me tocó la lotería de la literatura”, dice con una chispa en los ojos. Y es que cuando sus libros comenzaron a despegar durante su excedencia por el nacimiento de su hijo, dejó atrás el traje y las leyes para abrazar lo que siempre había sido su verdadera pasión: escribir.
En ‘Las fuerzas contrarias’, nos encontramos con Bevilacqua y Chamorro enfrentándose a uno de los mayores retos: resolver dos muertes conectadas por el contexto crítico actual que hemos vivido todos. Las restricciones impuestas por la pandemia han complicando el trabajo policial; hablar con testigos se ha convertido en un desafío monumental. Silva subraya cómo esta crisis ha dejado al descubierto las tensiones sociales en nuestro país; “la división es la principal fuerza contraria que existe en España”, señala sin titubear.
El autor comparte una preocupación clara sobre nuestra falta de cohesión ante problemas comunes. En vez de unirnos para afrontar los desafíos como sociedad desarrollada, parece que nos hundimos más cada día en disputas sin sentido.
Aunque sabe que ser el creador de personajes tan queridos implica cumplir expectativas altas, también entiende que todo ciclo tiene su final. “A Bevilacqua le quedan ocho años para jubilarse”, bromea mientras mira hacia el horizonte del futuro literario.