En las afueras de Palma, Jesús y Jaime se enfrentan a una realidad que muchos preferirían ignorar. Viven bajo una pasarela, donde cada día es una batalla por la dignidad. «Buscamos aunque sea un garaje para vivir dignamente, pero el sueldo no nos da ni para eso ya», dice Jesús, un malagueño de 59 años con manos callosas de trabajar en la construcción.
Junto a su compañero de vida y trabajo, Jaime, de 60 años, se despiertan al amanecer y vuelven a casa —o lo que queda de ella— cuando el sol comienza a caer. «Mire dónde dormimos», señala Jesús mientras apunta hacia dos colchones que han protegido con barreras improvisadas. No están en una situación de indigencia; son hombres que luchan por algo tan simple como tener un lugar donde descansar tras largas jornadas laborales.
La rutina entre coches y sueños rotos
Aquí, el ruido constante del tráfico ha dejado de ser un problema; se han acostumbrado a los coches que pasan velozmente junto a ellos. «Estamos aquí con otro compañero que va y viene», comenta Jaime. Con sus sueldos juntos, no logran cubrir ni el alquiler más básico. A pesar del entorno hostil, han logrado adaptar este espacio —que alguna vez fue hogar para muchos— como su refugio personal.
Tienen miedo de perder lo poco que tienen; Jesús muestra con orgullo su tablet, su única conexión con el mundo exterior. «Nos protegemos entre nosotros», dice Jaime sobre la solidaridad que han construido entre ellos en este rincón olvidado. Cada tarde se sientan en su mesa improvisada para compartir una cerveza y observar cómo pasa la vida sin ellos.
«Ni somos drogadictos ni ladrones; somos trabajadores sin dinero para pagar una vivienda digna», enfatiza Jesús con determinación. En medio del desamparo y la falta de apoyo social —que reconoce estar desbordado— sus voces resuenan como un grito silencioso por ayuda y comprensión.
A medida que miran hacia el futuro incierto —con planes para desalojar el antiguo centro penitenciario cercano— saben que la situación podría empeorar aún más si no se toman medidas adecuadas. Mientras observan a otros en circunstancias similares, Jesús y Jaime continúan resistiendo bajo su puente, esperando algún día poder alcanzar esa dignidad tan anhelada.