En la sombría mañana del lunes, el cielo de Saná, la capital de Yemen, se tiñó de luto. El ejército estadounidense lanzó un devastador ataque que dejó al menos doce muertos y cuatro heridos. La noticia, que se esparció rápidamente entre los habitantes, fue confirmada por el Ministerio de Sanidad vinculado a los rebeldes hutíes. Las víctimas no son solo números; entre ellas hay mujeres y niños cuyas vidas fueron truncadas sin compasión.
Un eco de dolor en cada rincón
Este bombardeo tuvo lugar en el distrito de Bani al Harith, al norte de Saná, y ha hecho que muchos se cuestionen la estrategia del Mando Central estadounidense (CENTCOM) en la región. Como si esto no fuera suficiente, otro ataque ese mismo día contra un centro de detención de inmigrantes en Saada reportó cerca de 70 migrantes muertos. Imágenes desgarradoras difundidas por la televisión Al Masirá muestran cuerpos cubiertos bajo escombros; una realidad cruel que nos recuerda lo frágil que es la vida.
No podemos olvidar que estos ataques han aumentado desde el pasado 15 de marzo, cuando el presidente estadounidense decidió intensificar la campaña contra los hutíes. En este contexto bélico, CENTCOM ha afirmado haber atacado más de 800 objetivos, dejando tras de sí un rastro sangriento donde han muerto “cientos” de combatientes hutíes y varios líderes importantes.
Así estamos hoy; mientras las noticias siguen fluyendo sobre conflictos lejanos, nosotros sentimos el impacto aquí, en nuestras casas. Es momento de reflexionar sobre lo que sucede más allá de nuestras fronteras y cómo esas decisiones afectan a seres humanos reales.