El lunes festivo, un día que normalmente debería estar lleno de alegría y celebración, sorprendió a los vecinos y turistas del Paseo Mallorca de Palma con una escena que pocos habrían imaginado. Allí, entre risas y conversaciones, se encontraba Bella Francisca, una mujer indigente que había hecho de ese rincón su hogar temporal. Muchos la habían visto antes pidiendo limosna en la avenida Jaume III, pero esta vez había decidido plantar cara a la adversidad de una forma bastante peculiar.
Con un carrito de la compra repleto de sus pertenencias, Bella no solo estaba allí para pedir ayuda; también estaba disfrutando de unas patatas fritas mientras charlaba despreocupadamente con los transeúntes. Pero lo que realmente llamaba la atención era su improvisado campamento: varias toallas extendidas sobre el césped, donde aseguraba estar «secando» su ropa después de una lluvia sorpresa. Su aspecto desaliñado -con ropas y piel visiblemente descuidadas- no parecía importarle demasiado.
Un encuentro inesperado
«Tengo amigos en la Policía», decía con cierta confianza, como si eso le otorgara una especie de salvoconducto ante cualquier eventualidad. A pesar del bullicio del día festivo y la cercanía del cuartel policial, Bella se mantenía firme en su lugar, dispuesta a vivir ese momento sin miedo. La mezcla de curiosidad y compasión que despertaba en quienes pasaban por allí hacía reflexionar sobre las realidades ocultas detrás de las festividades. En medio del jolgorio típico del cierre de Semana Santa, esta escena nos recordaba que no todos viven la vida desde el mismo ángulo.