En la zona turística de Can Pastilla, justo al lado del colegio público, se ha instalado un nuevo asentamiento chabolista que resulta imposible ignorar. Agazapadas entre la maleza y rodeadas de montañas de basura, estas infraviviendas son un claro ejemplo de cómo la pobreza se abre paso en lugares donde el turismo brilla por su esplendor. A medida que nos adentramos en este lugar, el aire se llena de desasosiego. Los residuos incontrolados no solo ensucian el entorno, sino que también representan un serio riesgo de incendio ahora que el verano asoma a la vuelta de la esquina.
Bajo los árboles, las chabolas surgen como una prolongación natural del paisaje urbano. Algunas incluso están decoradas con carteles que anuncian actuaciones musicales típicas del verano en Palma, lo cual resulta casi irónico en medio de esta situación tan precaria. Cada barraca está cerrada con llave, y restos humeantes nos recuerdan que aquí hay vida, aunque sea una vida marcada por la lucha diaria.
Un vistazo más cercano a la realidad
A pocos pasos encontramos otro grupo de personas viviendo en condiciones aún más difíciles. La mayoría son rumanos y subsaharianos, pero también hay un español: Mariano, un minero jubilado que comparte su vida con su esposa entre este caos. Aquí, la sensación es aún más opresiva; un contenedor volcado se convierte en hogar para ratas y otros animales indeseables. La desesperación entre los residentes crece a medida que piden a gritos al Ajuntament de Palma una solución antes de que ocurra una tragedia.
Sin embargo, hay algo diferente en este asentamiento. En medio del desorden aparece una pequeña caseta construida con tablones y plásticos; aunque difícilmente puede considerarse un hogar, alberga una novedad insólita: es un espacio destinado a la higiene personal para quienes viven aquí. Aunque el agua corriente no llega hasta ellos, unas garrafas plásticas sugieren cómo logran mantener algo tan básico como asearse.
Este lugar refleja esa mezcla amarga entre esperanza y abandono; situado cerca de hoteles y viviendas donde sus habitantes tienen que convivir diariamente con estos nuevos ‘vecinos’ improvisados. Es triste pensar cómo cada uno hace frente a su realidad mientras miran hacia otro lado o piden ayuda sin ser escuchados.