En la preciosa ciudad de Palma, algo huele a podrido. Mientras los residentes luchan por encontrar un hogar asequible, el panorama se torna desolador. Los extranjeros han tomado las riendas de la primera línea, dejando a muchos locales con el corazón en un puño y la esperanza de vivir dignamente hecha añicos.
Son Gotleu se ha convertido en un sinónimo de desahucios; la situación es tan crítica que muchos ya no saben si reír o llorar. Aumentan las voces que claman por justicia, mientras otros observan cómo la emergencia residencial se convierte en negocio. ¿Hasta cuándo podemos permitir que esto continúe?
Una crisis que no cesa
Las protestas ante el Parlament son solo una muestra del malestar generalizado. “No somos mercancía”, gritan algunos manifestantes, reflejando el sentir de una comunidad cansada de ver cómo sus sueños son devorados por un mercado voraz.
No es justo que vivir cerca del mar, uno de los mayores tesoros de nuestra isla, se haya convertido en un privilegio reservado para unos pocos. La realidad es cruda: cada vez más personas deben trabajar en lugares donde apenas pueden pagar el alquiler, haciendo malabares entre días libres y sueldos míseros.
Mientras tanto, los políticos parecen mirar hacia otro lado, ignorando la realidad de miles de familias que solo quieren un techo bajo el que vivir y sentirse seguros. ¡Es hora de hacer ruido! Que se escuche nuestra voz antes de que sea demasiado tarde.