El pasado 14 de abril, mientras la brisa primaveral comenzaba a asomarse en Madrid, Donald Trump lanzaba una bomba informativa desde el Air Force One. El presidente de Estados Unidos dejó claro que los aranceles a los semiconductores están a la vuelta de la esquina. Pero, ¡ojo! También insinuó que podría haber espacio para alguna excepción, abriendo un abanico de posibilidades que deja más dudas que certezas.
Tras un fin de semana convulso en la administración norteamericana, lleno de idas y venidas sobre estos impuestos tecnológicos, Trump se mostraba decidido. “Haremos lo mismo con los semiconductores que ya hicimos con el acero y el aluminio”, afirmaba con seguridad. Sin embargo, cuando se le preguntó por si productos como teléfonos móviles o tabletas podrían quedar fuera del alcance de estos gravámenes, la respuesta no fue tan clara.
Flexibilidad en tiempos inciertos
“Hay que mostrar cierta flexibilidad”, decía el mandatario mientras volaba hacia Washington. Un comentario que sonó como música para algunos pero como alarma para otros. La cuestión es: ¿qué significa realmente esa flexibilidad? Mientras tanto, Howard Lutnick, secretario de Comercio estadounidense, revelaba que dispositivos esenciales como teléfonos inteligentes y ordenadores estaban también en la lista negra de este nuevo impuesto. Según sus palabras, esos aranceles podrían hacerse efectivos “probablemente en uno o dos meses”.
No sé ustedes, pero esto suena a una montaña rusa económica donde los únicos perjudicados podrían ser nosotros: consumidores atrapados entre decisiones políticas y estrategias comerciales.