En la mañana del 10 de abril, mientras muchos de nosotros comenzamos el día con la rutina habitual, las noticias que llegaban de Yemen nos sacudían como un puñetazo en el estómago. Las autoridades rebeldes hutíes han reportado un balance escalofriante: trece personas han perdido la vida y otras quince están heridas tras un ataque del Ejército estadounidense en Hodeida, una gobernación costera que ya ha sufrido demasiado.
El eco del sufrimiento
El portavoz del Ministerio de Sanidad, Anis al Asbahi, no se ha cortado al calificar lo ocurrido como una auténtica masacre. En su cuenta de X, compartió que entre los muertos hay niños y mujeres, lo que añade más dolor a una situación ya insostenible. Y la cosa no queda ahí; los equipos de rescate siguen trabajando en el lugar, lo que podría significar que el número de víctimas aumente aún más.
No solo Hodeida ha sido escenario de este horror. También se ha confirmado la muerte de uno de los cuatro trabajadores heridos por otro bombardeo estadounidense en Dhamar. Desde el 15 de marzo hasta ahora, se estima que al menos 330 civiles han sufrido las consecuencias, con un desgarrador total de 107 muertos y 223 heridos.
A pesar del clamor internacional por la paz, el Ejército estadounidense aún no ha dado señales claras sobre nuevas acciones. El secretario del Pentágono, Pete Hegseth, parece decidido a intensificar la campaña militar contra los hutíes, afirmando desde la Casa Blanca que “no vamos a ceder”. Sus palabras resuenan como un eco amenazante en medio del sufrimiento palpable en las calles.
Las últimas semanas han visto cómo los bombardeos se han convertido en algo cotidiano para muchas familias yemeníes. La promesa de una “acción militar decisiva” complica aún más un panorama donde cada día se pierden más vidas humanas y donde el ruido ensordecedor de las explosiones ahoga cualquier atisbo de esperanza.