El pasado octubre, las calles de Palma vivieron un episodio que muchos no olvidarán fácilmente. Un grupo de operarios de Emaya, respaldados por la Policía Local, desmantelaron un asentamiento de personas sin hogar que había crecido junto a la vía de cintura, justo al lado de la carretera que lleva a Valldemossa. La preocupación del centro comercial cercano era palpable; sus clientes ya no se sentían seguros y las quejas empezaban a acumularse.
El regreso del problema
No obstante, lo que parecía una solución temporal ha resultado ser solo un parche. Pocos meses después, ese mismo espacio, ahora protegido por un muro de piedra y con acceso directo al asfalto, vuelve a estar habitado. Algunos vecinos han comenzado a observar cómo personas provenientes quizás de un albergue cercano regresan para hacer lo que muchos temen: levantar nuevamente el poblado.
Juan Antonio, un antiguo residente del lugar, señala con tristeza: «Yo me he ido a casa de un amigo», mientras apunta hacia un bloque de viviendas en Camp Redó. Sin embargo, asegura que «algunos han vuelto y parece que quieren invitar a más para quedarse». Este pequeño grupo ha dejado sus pertenencias en los pilares de una pasarela cercana y otros han hecho su hogar en una zona ajardinada, dejando tras ellos huellas visibles.
La sensación entre los comerciantes del área es clara: el temor e inquietud vuelven a hacerse presentes. Y es que el espectáculo no es agradable; cartones y mantas están amontonados alrededor de donde se agrupan estas personas. A esto se suma la acumulación alarmante de basura en el entorno, lo cual ha atraído roedores y creado un ambiente insalubre. No tardaron en llevar esta situación al Ajuntament de Palma, quienes actuaron rápidamente ante el riesgo evidente.
Aunque el parque cercano fue limpiado hace unos meses, ahora nos encontramos nuevamente ante una imagen preocupante. ¿Es este ciclo interminable parte del paisaje urbano? Las calles claman por soluciones efectivas antes de que este problema se convierta otra vez en rutina.