Imagina la escena: un granjero en Baviera, Johannes Brandhuber, cuida de sus queridas vacas. Era noviembre del año pasado cuando, en medio de su rutina diaria, notó que su anillo de matrimonio había desaparecido. Con el corazón en un puño, buscó por toda la granja y hasta utilizó un detector de metales, pero nada. Desesperado y resignado, optó por comprar un nuevo anillo para sustituir al que había sellado su amor con Sophie.
Un hallazgo inesperado
Cuatro meses después, el destino tenía una sorpresa guardada. Arthur Rohzetzer, un carnicero de Pleiting que todavía sigue despieceando ganado a la antigua usanza, encontró el anillo mientras limpiaba el estómago de una vaca llamada Herzal. Sí, has oído bien. La vaca había pasado por la granja de Brandhuber antes de ser sacrificada.
El pobre anillo había visto tiempos difíciles; el ácido del estómago lo había corroído tanto que la inscripción estaba casi ilegible. Pero eso no detuvo a Arthur. Al darse cuenta de lo que tenía entre manos, contactó al padre de Johannes. La respuesta fue instantánea: «¡No puede ser! Es el anillo de mi hijo!».
Cuando Johannes se enteró del hallazgo mágico, no dudó en agradecer al carnicero como se merece: le llevó una cesta llena de cerveza Augustiner. Un gesto simpático para cerrar una historia tan peculiar como entrañable. A veces los caminos del destino son extraños y este es uno más que nos recuerda cómo incluso lo perdido puede regresar a nosotros en las circunstancias más inusuales.