Este martes, bajo un cielo que parecía presagiar cambios, un contingente de operarios municipales llegó a Son Banya con maquinaria pesada. Su misión: derribar las construcciones ilegales levantadas por narcotraficantes que, durante meses, han desafiado la ley y el sentido común. Lo que ocurrió esa mañana fue más que una simple demolición; era una lucha contra un sistema que había permitido que la delincuencia se asentara en nuestras calles.
Un despliegue de fuerzas
Con el apoyo incondicional de numerosos agentes de la Policía Nacional y Local, el ambiente estaba tenso. La vigilancia era extrema, pues los clanes no se quedarían cruzados de brazos ante esta ofensiva. Las máquinas comenzaron a trabajar, y nosotros, desde lejos, observábamos cómo caían esas estructuras construidas sobre el miedo y la impunidad.
Sin duda, este acto simboliza un paso hacia adelante en la lucha por recuperar nuestro territorio. Pero la pregunta persiste: ¿será suficiente? A medida que el polvo se asentaba sobre lo que alguna vez fueron refugios del crimen organizado, nos quedamos con un sabor agridulce. La batalla está lejos de terminar.