Al acercarse a Son Anglada, uno se siente como si estuviera cruzando una frontera entre la calma y el caos. Este barrio, que se asienta en las afueras de Palma, está rodeado de paisajes que invitan a la paz, pero lo que realmente destaca son los problemas que azotan a sus vecinos. Conectado al Camí de Jesús, este lugar parece una trampa para quienes buscan serenidad.
Un hogar en medio del bullicio
La comunidad de Son Anglada ha vivido allí durante generaciones, disfrutando del silencio y la cercanía a su colegio local, un espacio vital para los niños del barrio. Sin embargo, esa tranquilidad se ve interrumpida por la velocidad excesiva de los vehículos que atraviesan la principal arteria. Aunque han instalado semáforos y señalizaciones, parece que algunos conductores ignoran cualquier tipo de precaución, especialmente durante las noches y los fines de semana.
Además, caminar por las calles no es sencillo; los coches pasan rozando a los peatones que intentan cruzar. Y mientras algunos añoran aceras amplias y seguras para desplazarse sin miedo, otros deben lidiar con la falta de servicios básicos en el propio barrio. Supermercados o farmacias están más cerca en Son Roca.
La ausencia de un punto de encuentro también pesa sobre la comunidad; esos espacios donde compartir historias son prácticamente inexistentes. En cambio, lo que aparece cada vez más son vertidos ilegales: una imagen lamentable que corta el tráfico y muestra cómo el incivismo puede empañar incluso las zonas más bellas.
Los residentes claman por soluciones: necesitan más vigilancia policial ante estos problemas recurrentes. Ellos saben que vivir aquí debería ser una bendición y no un constante tira y afloja con ruidos molestos e irresponsabilidades ajenas.