En Establiments, la tristeza ha invadido cada rincón tras la pérdida de Arnau, el corazón palpitante del Forn Ca l’Amo en Pep. Desde pequeño, este apasionado panadero se dedicó a seguir los pasos de su padre, y ya a los seis años no podía resistirse a entrar al obrador. “Era el mejor panadero del mundo”, dicen sus vecinos con lágrimas en los ojos. Durante más de 40 años, muchos de nosotros hemos disfrutado del pan que salía de sus manos.
Una historia de tradición y cariño
Nacido en 1951, Arnau creció entre harinas y aromas que evocaban recuerdos entrañables. Su padre, Joan Company, le enseñó el arte de la panadería desde muy joven; él fue quien lo llevó al horno por primera vez. A pesar de las dificultades que enfrentaron —incluso una inundación que amenazó su negocio— Arnau siempre mostró determinación. Su espíritu luchador hizo que reemplazara el viejo horno por uno nuevo y mantuviera vivo el legado familiar.
Las memorias fluyen entre los vecinos: “Siempre estaba de buen humor”, recuerda Maria Antonia Sancho con una sonrisa nostálgica. “Iba a comprar mi pa moreno allí desde hace años”. La cercanía y la calidez de Arnau hacían sentir a todos como parte de su familia; muchos lo recuerdan repartiendo pan junto a su padre en aquella furgoneta que recorría las calles del barrio.
Cati, otra vecina asidua del horno comenta: “Le echaremos mucho de menos. Sus barras eran inigualables y durante cuatro décadas he ido a comprarles”. El vacío dejado por Arnau es palpable; su risa y dedicación serán difíciles de reemplazar. La comunidad siente esta pérdida como un golpe directo al corazón: Ca l’Amo en Pep no será lo mismo sin él. Así es como se despide un barrio entero de un hombre cuya vida estuvo dedicada al sabor y al amor por la buena panadería.